domingo, 15 de enero de 2012

Europa: la dictadura de las calificadoras (La Jornada)



El viernes pasado la agencia Standard & Poor’s (S&P) rebajó la calificación de la deuda de nueve gobiernos integrantes de la Unión Europea (UE), en algunos casos a niveles considerados humillantes, como el de Portugal, cuyos bonos públicos fueron colocados en la categoría basura. La firma financiera dio cumplimiento así a la amenaza formulada el 5 de diciembre del año recién pasado en el sentido de revisar las clasificaciones crediticias de las principales economías europeas con una perspectiva negativa.
Diversas autoridades de la eurozona han buscado minimizar el hecho, como las francesas: el ministro de Economía, François Fillon, dijo que la rebaja era una medida anunciada y que “hay 21 escalones en la calificación de deuda, y Francia –que fue bajada por S&P del exclusivo estatuto AAA a AA+ – está ahora en el vigésimo sobre 21; seguimos, por tanto, entre los mejores del mundo, junto a Estados Unidos”. En Alemania –único país del euro cuya calificación crediticia no fue degradada–, la canciller Angela Merkel se abstuvo de criticar la decisión de S&P y aprovechó la circunstancia para presionar por la aprobación de nuevos paquetes económicos de choque y disciplina fiscal en Europa.
Si bien es cierto que en un primer momento los mercados reaccionaron poco, como lo afirmó Fillon, la rebaja en la calificación de la deuda tendrá, necesariamente, efectos devastadores para la UE y, en particular, para los países de la zona euro, pues los gobiernos deberán pagar mayores tasas de interés para los créditos que contraten y para las nuevas emisiones de deuda pública, lo que llevará a un incremento generalizado de los intereses. El consiguiente encarecimiento del dinero será, a su vez, un obstáculo adicional para la recuperación de la estabilidad en una de las tres principales regiones económicas del mundo y se traducirá en mayor sufrimiento social para las poblaciones correspondientes, de por sí afectadas por los recortes generalizados, las medidas de austeridad que afectan a los grupos más vulnerables y el creciente desempleo.
Significativamente, tanto las calificadoras de deuda –S&P, Moody’s, Fitch y demás– como los bancos de inversiones –UBS, Deutsche Bank, Credit Suisse, Nomura, Goldman Sachs, Merryl Linch y otros– han venido presionando a las autoridades económicas europeas para que profundicen y extiendan las medidas recesivas, adelgacen los programas sociales y se olviden de cualquier idea de Estado de bienestar, como no sea para procurar el de las pequeñas elites financieras y comerciales y el de los grandes conglomerados trasnacionales.
El hecho aquí comentado pone sobre la mesa, de nueva cuenta, el vastísimo poder fáctico que han acumulado esas entidades privadas para determinar políticas económicas y sociales y para asegurar el sometimiento de cualquier gobierno nacional a los dictados de los organismos financieros internacionales, los cuales condicionan la entrega de asistencia financiera a que las autoridades sacrifiquen a sus respectivas sociedades.
Tal circunstancia pone en entredicho los principios básicos de representatividad política y soberanía nacional, toda vez que la conducción macroeconómica de un país acaba dependiendo, en última instancia, de un puñado de tecnócratas al servicio de intereses particulares que emiten dictados sobre la base de una atribución de poder absolutamente anómala.
Para colmo, tales firmas son corresponsables plenas de la actual crisis en el viejo continente, pues, en su momento, dieron su aprobación a los techos irracionales de endeudamiento del gobierno griego y se hicieron de la vista gorda ante la gestación de desajustes fiscales como los que han terminado por reventar en Europa. Cabe recordar, a mayor abundamiento, que en los meses previos al inicio de la crisis de 2008, tales compañías otorgaron las calificaciones crediticias más altas a las hipotecas basura estadunidenses que contaminaron los mercados financieros mundiales, y que hicieron otro tanto con el desfondado banco Lehman Brothers.
Una crítica adicional que ha de formularse a las calificadoras es su doble o triple rasero para calificar economías: aunque las inestabilidades y desajustes de la estadunidense contagiaron al resto del mundo en 2008, y pese al abultadísimo déficit fiscal que ostenta la superpotencia, S&P y sus análogas no se atreven a rebajar la calificación de la deuda de Washington; en el caso europeo, lo hacen a destiempo, cuando la medida no sólo ha perdido su capacidad preventiva sino que contribuye a magnificar la crisis; por lo que hace a los países de América Latina, las calificadoras suelen premiar las subordinaciones al llamado Consenso de Washington y castigar a los proyectos económicos orientados a fortalecer la soberanía, el mercado interno y la integración regional.

sábado, 22 de octubre de 2011

El fantástico éxito de Ocupa Wall Street (La Jornada)

Immanuel Wallerstein
El movimiento Ocupa Wall Street –porque ahora es un movimiento– es el acontecimiento político más importante en Estados Unidos desde los levantamientos de 1968, de los que es descendiente, o su continuación.

Nunca sabremos con certeza por qué comenzó en Estados Unidos cuando lo hizo –y no tres días, tres meses, tres años antes o después. Las condiciones estaban ahí: agudas penurias económicas siempre en aumento, no sólo para quienes de verdad están golpeados por la pobreza, sino también para un segmento en perpetuo crecimiento de los pobres que laboran (conocidos también como clase media); una exageración increíble (voracidad y explotación) del uno por ciento más acaudalado de la población estadunidense (Wall Street); el ejemplo de enojadas insurrecciones por todo el mundo (la primavera árabe, los indignados españoles, los estudiantes chilenos, los sindicatos de Wisconsin y una larga lista de otros). No importa en realidad qué chispa fue la que prendió el fuego. Éste comenzó.

En la Etapa Uno –los primeros días– el movimiento fue un puñado de personas audaces, casi todas jóvenes, que intentaban manifestarse. La prensa las ignoró totalmente. Algunos estúpidos capitanes de la policía pensaron que un poco de brutalidad acabaría con las manifestaciones. Fueron captados en película y la película se volvió viral en You Tube.

Eso nos trajo a la Etapa Dos –publicidad. La prensa ya no podía ignorar por completo a los manifestantes. Así que la prensa intentó un aire de superioridad. ¿Qué sabían de la economía estos jóvenes necios e ignorantes y unas cuantas mujeres viejas? ¿Tenían algún programa positivo? ¿Estaban disciplinados? Las manifestaciones, nos dijeron, se desinflarían rápidamente. Pero con lo que no contaban la prensa ni los poderes (nunca parecen aprender) es que el tema de la protesta resonó ampliamente y muy pronto prendió. En ciudad tras ciudad, comenzaron ocupaciones semejantes. Los desempleados de 50 años de edad comenzaron a unirse. Y también lo hicieron las celebridades. Los sindicatos también, incluido ni más ni menos que el presidente de la AFL-CIO. La prensa fuera de Estados Unidos comenzó ahora a seguir los sucesos. Cuando les preguntaron qué pedían, los manifestantes replicaron: justicia. Esta respuesta comenzó a parecerle significativa a más y más gente.

Esto nos condujo a la Etapa Tres –legitimidad. Los académicos de una cierta reputación comenzaron a sugerir que el ataque a Wall Street tenía cierta justificación. De pronto, la voz principal de la respetabilidad centrista, The New York Times, publicó un editorial el 8 de octubre en el que se afirmaba que quienes protestaban tenían de hecho un mensaje claro y prescripciones específicas de políticas públicas, y que el movimiento era algo más que un levantamiento juvenil. El periódico continuó:La inequidad extrema es el sello de una economía disfuncional, dominada por un sector financiero impulsado en gran medida por la especulación, la estafa y el respaldo gubernamental tanto como por la inversión productiva. Un lenguaje fuerte para venir de ese diario. Y luego el comité demócrata de campaña para el Congreso comenzó a circular una petición pidiendo a los militantes del partido que declararan: Estamos con las protestas de Ocupa Wall Street.

El movimiento se había hecho respetable. Y con la respetabilidad vino el peligro –la Etapa Cuatro. Un movimiento de protesta importante que ya prendió enfrenta comúnmente dos amenazas importantes. Una es la organización de significativas contramanifestaciones en las calles, de la derecha. Eric Cantor, el líder republicano en el Congreso, de línea dura y bastante astuto, ya hizo un llamado para tal efecto. Estas contramanifestaciones pueden ser bastante feroces. El movimiento Ocupa Wall Street necesita estar preparado para esto y pensar a fondo cómo va a manejar o contener esto.

Pero una segunda y mayor amenaza viene del mismo éxito del movimiento. Conforme atrae más respaldo, aumenta la diversidad de puntos de vista entre los manifestantes activos. El problema aquí es, como siempre, cómo evitar el monstruo Escila de volverse un culto amarrado que podría deshacerse debido a lo restringido de su base, y el monstruo Caribdis de ya no tener una coherencia política por volverse muy amplio. No hay una fórmula simple de cómo manejarse para evitar irse a cualquiera de esos dos extremos. Es difícil.

Y en cuanto al futuro, podría ocurrir que el movimiento vaya en aumento de su fuerza. Podría ser capaz de hacer dos cosas: forzar a una restructuración de corto plazo de lo que el gobierno haga para minimizar las obvias penurias que agudamente siente la gente, y puede conseguir una transformación de largo plazo de cómo piensan grandes segmentos de la población estadunidense acerca de las realidades de la crisis estructural del capitalismo y sobre las transformaciones geopolíticas importantes que ocurren porque ahora vivimos en un mundo multipolar.

Aun si en el caso de que el movimiento Ocupa Wall Street comenzara a extinguirse, debido al desgaste o la represión, ya triunfó y dejará un legado duradero, como lo hicieron los levantamientos de 1968. Estados Unidos habrá cambiado en una dirección positiva. Y como dice el dicho: Roma no se hizo en un día.

Un sistema-mundo nuevo y mejor, un Estados Unidos nuevo y mejor, es una tarea que requiere los repetidos esfuerzos de repetidas generaciones. Pero es cierto que otro mundo es posible (si no es que inevitable). Y podemos hacer la diferencia. Ocupa Wall Street está haciendo la diferencia, una gran diferencia.

Traducción: Ramón Vera Herrera

© Immanuel Wallerstein

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AHANAOA A. C.
Miguel Leopoldo Alvarado
Fundador y Presidente
http://www.nutriologia-ortomolecular.info